La barba como concepto
A mi mamá no le gustaba. Siempre decía que parecía un linyera, un andrajoso. Encima yo completaba mi desafío visual usando pantalones Levis muy rotos. Pero sus roturas no eran algo que yo buscara ocultar o blurear. Todo lo contrario. Muchas veces lo único que cubría las piernas eran hilos colgando de algún lugar que era resulto por una atadura cruzada.
El recurso visual de los pelos en la cara siempre me han parecido de dudosa conceptualización. Era casi como poner una gran fotografía cuando el texto era corto. O tal vez hacer infografía donde los datos se repetían casi al mismo tiempo que en el cuerpo de la nota. También la barba me parecía algo así como una ilustración editorial sin demasiada búsqueda, que respondía totalmente a los pedidos de un editor mediocre de un diario sábana.
El soporte piloso en las mejillas encontró mucha resistencia en mi anatomía facial. Tal vez, por los reclamos de mi madre, o los de alguna dama que se quejaba de como semejante superficie texturada la dejaba colorada después de cierta faena amatoria. Esa resistencia a dejarme la barba también coincidía con mi pasado de kilogramos de demasía que se concentraban en mi cara.
Lo cierto es que hoy tengo barba y no me molesta. Y creo que responde a un concepto visual que tiene que ver con querer encontrarse con quién uno es. Estoy tratando de encontrarme, aunque es complicado. Los que algo saben, entienden un poco semejante algoritmo. En clave ellos saben lo que significa la frase "que bien que la estamos pasando". Porque ese numerito verbal, a veces, se parece a los espasmos ensayados al milímetro por el payaso más triste de un circo barato. El tema del origen no es un detalle para dejar pasar siempre por el costado, escondiéndolo en otras urgencias. Porque el quién soy se entrevera con el adónde voy.
Por eso, el QR-Code ha cambiado (aunque sigo siendo el mismo cabrón de siempre).